
#PalabrasAbiertas: “Estoy harto”, por Juan Quelas
Este país no tiene salida; ¿a cuánto está el dólar?; ¿quién ganará las elecciones?; la inflación está desatada; no le encuentro sentido a todo esto; la inseguridad nos tiene presos.
Son expresiones que escucho todos los días desde hace meses (si no, años). Son experiencias que nos pesan en lo cotidiano y en la proyección de la vida que cada uno de nosotros hace para poner la proa de la existencia hacia unas orillas serenas donde construir el sentido de la vida.
¿Hay algún camino?
La sabiduría milenaria de la humanidad, que se condensa en algunos textos que atraviesan los siglos, dice esto:
Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo:
Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz.
Este texto, que tiene 3000 años, condensa sensaciones que todos hemos experimentado en algún momento de la vida. Su valor reside en destilar experiencias universales, que atraviesan espacios y tiempos.
¿Qué significaría esto en la Argentina de nuestro tiempo, tan cruzada de perplejidades?
Quizás que no siempre se puede estar al tope (aquello de “siempre terraza, nunca sótano” se nos coló en el inconsciente. ¿Tiene real valía más allá de la divertida escena de la película?). Que a veces en la vida hay que, sencillamente, aguantar. Lo sabe el hombre de campo, curtido por la naturaleza, que cuando llueve demasiado; o cae una helada de proporciones bíblicas; o hay sequía, se sienta en su banco con su mate y, simplemente, espera. Hay fuerzas que no dependen de nosotros (como las de la naturaleza; como las del curso general de la historia). ¿Por qué angustiarnos hasta el límite con realidades que no podremos cambiar? A veces, la sabiduría consiste en soportar (etimológicamente significa sub-portar, o sea, llevar poniéndose debajo) haciendo sólo aquello que podemos hacer.
Mientras miles (¿millones?) de personas se agobian con las expresiones con las que empezamos este texto, algunos hacen aquello que está en sus manos: ¿qué otra cosa sería la próxima construcción de baños de Módulo Sanitario, histórica por el número, en la que levantaremos 42 baños en Buenos Aires y Córdoba, para que 180 personas tengan un baño seguro en sus casas? ¿Cambiamos el curso de la historia? No. Pero seguramente cambiamos la historia concreta de 42 familias y de 300 voluntarios. Si uno puede encontrar, en esa acción real y concreta, un motivo para la esperanza, entonces habrá jaqueado muchas de las angustias que nos asolan.
La sabiduría milenaria, desde Hesíodo (S VII AC) hasta von Balthasar (S XX DC) sabe que en el fragmento está la totalidad para quien sabe buscar, tocar, percibir.