
#PalabrasAbiertas: “El fondo de La Matanza” por Juan Quelas
*Texto escrito por Juan Quelas, voluntario, Coordinador General y uno de los fundadores de Módulo Sanitario
Llegar a El Fortín es como ir a uno de la época colonial. En el fondo de La Matanza, en el extremo opuesto del lado lindo de ese partido infinito, un barrio abandonado se troquela a orillas del río Matanza, donde las casas y terrenos se inundan cada vez que sube el caudal, lleno de toda clase de objetos y efluentes contaminantes.
Viven cientos de familias en terrenos muy malos, que fueron ganando a la naturaleza por la simple necesidad de subsistir en algún lado. En El Fortín no hay agua corriente; no hay cloacas ni pozos comunitarios; no anda la policía; la droga circula como si fuera caramelos; la ambulancia puede llegar a veces hasta sus fondos; no hay electricidad.
Hace poco la empresa de luz instaló medidores eléctricos pre pagos. Las familias estaban contentas: eso permite poner reclamos cuando se queman las heladeras al subir o bajar la tensión; se aseguran un fluido eléctrico bastante constante; pueden pedir una regularización del terreno donde viven porque el medidor eléctrico es uno de los primeros pasos para la posesión de la vivienda. A los pocos días la empresa eléctrica volvió y se llevó los medidores: se habían equivocado de barrio, y no debían instalarlos allí.
El sentimiento de frustración fue generalizado: sólo existen para el olvido. Los caños que transportan agua son ilegales, pero es el único modo de asegurarse el líquido: hacen un by pass casero al caño oficial de agua corriente y cual laberinto de plástico, se van metiendo y perdiendo en las manzanas del barrio. Como todo es casero, los caños de agua van por las cunetas donde hay aguas servidas: al no haber cloacas ni sistemas de recolección de aguas servidas, los vecinos echan las aguas grises a las cunetas a cielo abierto. Ahí, en medio del agua nauseabunda, podrida por la quietud, caliente por el sol inclemente, e infectas de mosquitos, a veces se pueden vislumbrar los caños de agua “potable”.
Vivir en El Fortín supone un esfuerzo extra: el de la vida de cualquier persona, y además el tiempo y el trabajo que supone acarrear agua para beber, ducharse, usar en el baño, higienizar la casa; llevar la basura hasta un lugar no habitado, porque no hay recolección; estar alertas porque la electricidad viaja por instalaciones no seguras, y los accidentes no son raros; el esfuerzo, la paciencia y el coraje de vivir en medio de las balaceras cuando hay un problema entre los que venden la droga.
Esos esfuerzos extras, todos los días, todas las semanas, todos los meses, todos los años. Quizás la vida en los fortines de hace un siglo y medio era más fácil.