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#PalabrasAbiertas: «No hay culpables: hay distancias»

#PalabrasAbiertas: «No hay culpables: hay distancias»

*Texto escrito por Juan Quelas, co-Coordinador General de Módulo Sanitario y voluntario.

Occidente es el fruto de tres matrices: la filosofía griega, la espiritualidad bíblica, y el derecho romano. No se trata ni de compartimentos estancos ni de corsés: son, exactamente, las matrices en las que la cosmovisión del mundo occidental se asienta. Las tres son extraordinarias. Las tres, a la vez, tienen sus límites. Me centraré en la tercera de las matrices.

El derecho romano, más allá de sus muchas virtudes (¿quién podría dudarlo?), puede tener una falencia: la obsesión por el culpable. Eso ha generado una reacción casi visceral, o de hábito. Cuando ocurre un delito, algo desagradable, una injusticia, el occidental se pregunta inmediatamente: ¿quién tuvo la culpa? Y se desata una acción en torno al culpable. Más allá de que esto sea bueno o malo, tiene un efecto negativo de proporciones siderales: la víctima tiende a quedar en el olvido, invisibilizada. Buscar al culpable para castigarlo supone, muchísimas veces, que nos olvidamos de la víctima.

¿Y si repensáramos la acción humana desde las víctimas?

La semana pasada salieron varios videos de Módulo Sanitario en La Nación: para visibilizar la problemática y para mostrar que hay protagonistas que viran sus vidas hacia acciones que involucran al prójimo. Me sorprendió (y enojó) ver cientos de comentarios en las redes sociales que, en lugar de empatizar con las víctimas, reaccionaron buscando culpables. Desde mi perspectiva es una reacción cómoda y superficial. ¿De verdad hay que buscar culpables? Una vez encontrados (en el supuesto caso de que así ocurra): ¿qué haremos con ellos? ¿los castigamos? Una vez castigados: ¿Qué cambió en la historia? Aunque algo cambiara: ¿alguien recordará a las víctimas? El enojo fácil y el reclamo por capturar al culpable, erosiona la capacidad humana de accionar a favor de la víctima. La energía se fue por otro canal.

El video que publicó Hambre de futuro, un programa del periódico La Nación, termina con una toma extraordinaria: Norma, quien no tuvo baño hasta su adolescencia, y que ahora coordina un comedor para 500 personas en Ingeniero Allan, que tiene un título terciario y ha montado un emprendimiento con el que daba trabajo a 17 mujeres del barrio, afirma ante las cámaras: “No hay culpables”. Y reafirma: “No hay culpables”. Para sostener, luego: “Hay distancias… hay distancias”. ¡Qué intuición monumental!

Quizás de lo que hay que ocuparse es, ante todo, las distancias. No sólo de las distancias geográficas (no es lo mismo nacer en la Puna jujeña que en Recoleta; no es lo mismo nacer en Puerto Madero que en Chaco), sino también las distancias humanas, esas que se generan por un muro o por una zanja. Podemos estar física y geográficamente cerca. Pero si un muro nos separa, es como estar a miles de kilómetros de distancia. Podemos estar a metros del prójimo: si un foso enorme nos separa, no hay contacto real. A veces esos muros y esos fosos son interiores: los que surgen de la falta de empatía, de conocimiento, de salir del propio lugar para ir al lugar del otro. “No hay culpables. Hay distancias”. ¿Y si nos concentráramos la energía vital en acortar distancias?