#PalabrasAbiertas: «Zonas Grises», por Juan Quelas
*Texto escrito por Juan Quelas, coordinador general de Módulo Sanitario y voluntario
Muchos me han planteado (en estos días y siempre): ¿cómo saber cuál es mi camino? ¿cómo descubrir cuál es mi sueño? ¿cómo saber qué vía hay que tomar si me gustan muchos caminos y sería capaz de seguir múltiples deseos?
La pregunta es ardua porque toca un asunto central que podemos llamar la propia vocación, o el lugar en la historia. La pregunta apunta justamente al centro de la existencia. Y se responde con al arte de vivir, con la mirada abierta y serena, con la intuición que se despliega en opciones concretas. Porque se trata del sagrario de la propia existencia siempre es difícil decir una palabra con sentido (se corre el riesgo de violar la intimidad de un sagrario). Pero aún con el riesgo, hay que decir una palabra que pueda ayudar a clarificar.
Yo diría dos cosas como camino práctico para discernir dónde está ese eje y hacia qué horizonte encarar la proa del barco de la vida:
En primer lugar hay que hacer un proceso de jerarquización, de orden en el pensamiento. Sin esto todo puede volverse un caos enorme. Jerarquizar quiere decir lo siguiente: de todas las cosas que puedo y quiero ser, ¿cuáles son excluyentes entre sí? ¿cuáles son asumibles por una opción más grande? ¿cuáles quedan integradas en otra opción? De este modo seguramente llegaremos a muy pocos núcleos, porque los demás se ordenan a éstos pocos, o quedan absorbidos por ellos. Hacer este proceso es muy importante porque permite ver (y quizás todo el arte de la vida consista en esto: “ver”) quién soy, dónde estoy parado, hacia dónde quiero ir. Puede ayudar tomar un papel y hacer un gráfico con esas opciones. Jugar con todas ellas en una mesa, ordenarlas y reordenarlas, hasta llegar a un croquis de mis opciones: las definitivas, las grandes, las operativas, las instrumentales, las pequeñas. Unas se relacionan con otras (porque cada uno de nosotros en su interior esconde una suprema coherencia) pero no todas son igual de importantes, de densas, de axiales.
En segundo lugar, una vez que tenemos esos pocos núcleos clarificados, viene la pregunta que define: ¿siguiendo cuál de estos caminos llegaré al final de mi vida con menos “zonas grises”? Llamo zonas grises a aspectos sin desarrollar, capacidades sin explotar, oscuridades sin aclarar. Son los espacios vitales que quedarán en germen o con poco desarrollo, porque la vida es sólo una y los deseos del corazón del hombre siempre son infinitamente más grandes que la capacidad de lograr saciarlos a todos. Es inevitable que en la vida carguemos con zonas grises. Pero es posible vivir la vida dejando la menor cantidad de zonas grises para portar en la mochila. De este modo, si asumo una vocación en la cual los grises quedan limitados a un mínimo, esos grises podrán ser desarrollados de otros modos. Quizás no a fondo, no exhaustivamente, pero sí de un modo aceptable para poder ser felices sin llevar dentro de sí un hueco insaciable que corroa el alma.
Una vez hecho el proceso de jerarquización y el de visualización de las posibles zonas grises llega lo esencial: hay que optar, es decir, pasar del pensamiento a la acción. Porque sin opción (concreta, fragmentaria, puntual) la vida se desvanecerá en devaneos dulzones de quien por ser capaz de ser muchas cosas en general decide no ser ninguna en particular; de quien por tener la capacidad de vivir muchas vidas en teoría no vive ninguna en la práctica; de quien por tener muchos talentos como don no desarrolla ninguno como tarea. Optar siempre significa dejar de lado miles de aspectos para sumergirse en el aspecto esencial. Pero sólo la sumersión en ese aspecto esencial hará que mi vida sea mi vida y no la teórica posibilidad de quien mediocre y cobardemente no se jugó la vida por nada en concreto porque pretendía ser todo en abstracto. Es uno de los grandes males de nuestro tiempo: no optar por nada porque se podría tenerlo todo. Y se pretende conjugar la vida en el modo potencial de una abstracción que no tiene carne, sangre, tiempo ni historia, desligada de raíz y de cielo, porque no se tiene el soberano coraje de “perderse” en un camino concreto que, sin ser la totalidad de los caminos posibles, sí es el único necesario, el mío, aquel donde seré yo desarrollando la vocación que me fue dada gratuitamente y elegí libremente. Si tu vida no avanza en opciones concretas, quedará estéril: estéril de fecundidad, de alegría, de gozo, de don, de encuentro. Porque quien quiera ganar la vida guardándosela egoístamente para su propio regodeo individual la perderá; pero quien pierda la vida regalándola en opciones concretas al servicio del prójimo, ese la ganará. En la vida el que suponía ganar la totalidad, pierde; y el que lamentaba perder en el fragmento, gana. Es la paradójica realidad que, en su alocada racionalidad, porta más verdad que las aparentes opiniones que en su sensatez ilógica pierden al hombre por no decirle su palabra más radical.
No hay nada más patético que ver cómo un joven lleno de vida la pierde surfeando sobre las superficiales olas de su existencia, con gran habilidad para sortear escollos, pero con una incapacidad real de sumergirse en la profundidad, allí donde perdido, encontrará la luz y la verdad. Luz que disipa las zonas grises, y verdad que clarifica las opciones vitales.